Nos levantamos y preparamos un café en la cocina del albergue. Durante la mañana hay alta probabilidad de lluvia, tenemos que decidir si ponernos las botas de montaña impermeables y andar o calzarnos las zapatillas y correr como el resto de etapas. Nos arriesgamos y nos ponemos las zapatillas, las ganas de correr todo el camino nos pueden.

Comenzamos a correr y a pesar de que no nos duele nada notamos que las piernas empiezan a pesarnos un poco, llevamos casi 90 kilómetros a nuestras espaldas.

Dejamos atrás iglesias de piedra y caminos de tierra y cuando vamos por una población muy pequeña al pasar por una escuela escuchamos: “¡mirad chicos, un perro peregrino! ¡Esperad, no os vayáis!

Empiezan a salir niños de unos 4-5 años a saludar y el profesor tras preguntar nuestros nombres entrega a tres de ellos un regalo para nosotras, una concha que nos han preparado. Todo forma parte de un proyecto llamado “Recuerdos de la ventana”, luego tendremos que mandar una foto de dónde ha llegado la concha peregrina que nos han regalado. No olvidaremos nunca esas vocecitas gritando ¡buen camino!, cuando nos dijeron adiós.

Llegamos a Pontecesures y la lluvia nos ha respetado, pero en cuanto ponemos un pie en el hotel comienza a diluviar.
Por la tarde vamos a visitar a la vecina Padrón, nuestra idea era alojarnos allí pero no había hostales en los que pudiese dormir nuestra galga.

Tras comernos unos pimientos del padrón y un buen pulpo regado con albariño nos vamos a descansar, mañana llegamos a Santiago.

Thais

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